sábado, 25 de julio de 2015

Restitución como parámetro de Postconflicto

Hoy los colombianos nos estamos preguntando si lo que se está negociando en La Habana, Cuba, es decir los diálogos de paz, que iniciaron hace más de dos años para dar fin a medio siglo de conflicto armado interno con las FARC, darán buenos frutos.
Todos los colombianos nos estamos preguntando hacia dónde va el país, si nos doblegaremos ante las pretensiones de amnistía e indulto total de un grupo armado irregular que ha perpetrado una de las mayores oleadas de violencia, terror y odio, minando la tranquilidad de nuestra sociedad; o si por el contrario, buscaremos el camino de la justicia transicional con bases en la verdad, la justicia, la reparación y sobre todo en la garantías de estabilidad y no repetición.
Tras escuchar las declaraciones de Humberto de la Calle, al decir que los acuerdos están en su peor momento de crisis, sólo nos queda por pensar que la solución a la guerra que vive Colombia no vendrá desde La Habana.Aunque se vienen negociando diversos temas, profundos e importantes, tales como: política de desarrollo agrario integral, participación política, fin del conflicto, solución al problema de las drogas ilícitas, víctimas, implementación, verificación y refrendaciones.
Esta antesala y sombrío panorama, sólo me permite lanzar mi primera afirmación, en el sentido de enfatizar que más allá de hablar de reparación, hablemos de restitución como parámetro de postconflcito. Ello significa, no hablar solamente de reparación, entendiéndolo como el arreglo de lo que se daño, o como se diría coloquialmente reparar un objeto material, como un carro, una casa, un aparato tecnológico, etc.; sino que ahora ya que no se trata simplemente de reparar lo que alguna vez estaba sano y se deterioró, necesitamos ir más allá de la reparación, debemos buscar el camino complementario de la restitución, entendida como el plus y el acto simbólico de cerrar las heridas del pasado y cicatrización de la violencia, mediante un excedente humanitario, no de dinero, sino de compensar el daño moral causado a los millones de víctimas que aún quedan en el país.
El derrotero que buscamos es fomentar una cultura de paz mediante la construcción de memoria histórica, que solamente se conseguirá cuando apliquemos un política integral de restitución que evite males peores a las nuevas generaciones.
Quiero resaltar que esta generación que viene, no es la generación de la guerra, no es la generación que se reconoce como víctima directa del conflicto, pero sí como los hijos e hijas de aquellas víctimas directas.También quiero decir, que esta generación es aquella que recibirá los impactos colaterales y consecuencias del conflicto armado interno, haciendo más vulnerables a jóvenes, mujeres y niños frente al riesgo de abuso, violencia sexual e intrafamiliar y con las más altas tasas de impunidad, silenciamiento y repetición de los ciclos criminales que en la historia pudiéramos ver. La secuelas de la guerra nos están afectando en silencio, la herencia que se deja en las familias no es la mejor.
Esta afirmación se sustenta en las palabras que pronunció este viernes pasado, Jorge Parra, representante del UNFPA en Colombia, en el marco en el día mundial de la población: “son 1’800.000.000 de jóvenes y adolescentes en el planeta tierra, nunca hubo tantos jóvenes en este planeta, pero tampoco nunca hubo tan preocupantes cifras en la juventud como lo refleja el embarazo de mujeres entre los 10 y 14 años con altos niveles de dependencias a los padres, profundización y perpetuación de la violencia de género; y en los hombres, el involucramiento con microtráfico, pandillas y bandas criminales”.
Esto me lleva ha pensar en mi segunda afirmación y con la cual quiero llevar a la reflexión final, estamos viviendo un momento histórico, en donde imperativamente no podemos desaprovechar el potencial de la juventud, respaldar el ejercicio de sus derechos y ante todo, buscar que la juventud se convierta en un verdadero actor estratégico para el desarrollo y la afectación positiva que necesita Colombia. No esperemos a la firma incierta de un papel a miles de kilómetros de distancia, comencemos ahora, porque seguramente se nos demandará el resultado final de la brecha generacional que se abre, y de las prontas soluciones que pudimos impulsar acerca de una propuesta de vida seria, de paz, educación y equidad para la protección del futuro de los jóvenes, y se nos pedirá cuentas de ¿que hicimos con los 13 millones de jóvenes que hoy habitan el país y significan más del 28% de la población total del territorio colombiano? ¿Los empoderamos para transformar y ser relevo en cada esfera de su entorno?


@TaniaLopezLizca

domingo, 5 de julio de 2015

Padre, no más niños en la guerra


Que propició hablar de la niñez, cuando este mes los protagonistas son los padres de familia. Le escribo a todos los padres, no sólo a los que tienen sus hijos en el conflicto armado, sino a aquellos que entienden la realidad en la que vivimos como país, es como si cada niño colombiano que porta un arma en sus manos se encontrara secuestrado en la selva o en la criminalidad de las calles, éste pudiera ser nuestro hijo, hermano, primo, sobrino o ahijado.

El reclutamiento forzoso de niños para la guerra es un flagelo latente en la historia de Colombia, siendo el único país de América que ha enfrentado este delito por más de medio siglo. Este fenómeno tiene causas profundas y responsables desde varios escenarios tales como la familia, la sociedad y el mismo Estado.
Si bien es ampliamente difundido que el reclutamiento ilícito de menores esta totalmente prohibido por los tratados internacionales como en el Convenio de Ginebra, la Convención Internacional de los Derechos Humanos y tipificado como crimen de guerra en el Estatuto de Roma de la Corte Penal Internacional, el grupo terrorista de las Farc ha desconocido completamente esta norma y ha llenado sus filas de jóvenes en función de la violencia y el narcotráfico. Además, ignoran intencionalmente su castigo con penas de entre 6 y 10 años.
Según la Unidad para la Atención y Reparación de las Víctimas, desde 1985 hasta el 01 de noviembre de 2014 se registraron 7.722 niños, niñas y adolescentes víctimas de reclutamiento forzado, cifras escalofriantes. Hoy unos 2.500 niños y niñas han abandonado las filas de las Farc en los últimos 13 años. Las estadísticas oficiales señalan que de cada 10 niños que lograron escapar de la guerra, seis estaban en ese grupo. A su vez, de 17.345 desmovilizados de esa guerrilla desde 2002, casi la mitad dijeron que los reclutaron siendo niños, en cumplimiento a una ‘política’ de que cada hogar en el campo debía poner un miembro para las Farc, triste, alarmante y lamentable.
Vemos que el conflicto armado interno y las desigualdades sociales reflejan un circulo vicioso que se repite constantemente, guerrilleros pasan de ser víctimas a ser victimarios, y con ello se generan nuevos ciclos de violencia que solo serán subsanados con una verdadera justicia transicional con bases de verdad, justicia, reparación y garantías de no repetición.
La familia debe ser el entorno por excelencia de amor y protección del menor, de ahí el reto de fortalecerla como política pública al ser el núcleo fundamental de nuestra sociedad. En adición a ello, es vital nuestro compromiso como colombianos a ser un solo pueblo y con ello resocializar a los excombatientes sin importar su edad y su pasado. Debemos crear círculos de seguridad a la población que es más vulnerable y susceptible a recibir los impactos de la guerra, no permitamos que las secuelas de las violencia toquen más a nuestros niños, adolescentes y jóvenes. Construyamos el verdadero futuro de la nación, promoviendo una cultura pacífica y una convivencia basada en el respeto a la vida, la dignidad de la persona y el respeto a la ley.